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Me impresiona la similitud que hay entre cómo jugamos y cómo vivimos la vida. Este pensamiento no tiene nada de innovador. Mohandas Karamchand Gandhi, ni más ni menos, usó el juego de cartas Bridge que aprendió mientras estudiaba en Inglaterra, como una analogía teológica. En el Bridge se reparten todas las cartas de la baraja entre cuatro jugadores. No hay posibilidad de cambio. Con esas 13 cartas, hay veces que te toca una mano de defensa y otras, con muchos puntos, en dónde llevas la voz cantante. El Karma, decía Gandhi, es como una mano de bridge, predeterminada e incontrolable; es lo que podríamos llamar destino, eso que no podemos cambiar; el Dharma es la forma en que jugamos esa mano. Nuestras habilidades, empeño y determinación afectan el resultado; ese es nuestro libre albedrío.
Muchas veces nos quejamos de nuestras circunstancias, y si pudiéramos alejarnos de la situación, nos daríamos cuenta que no es el juego, sino la forma de jugar que nos tiene en determinados problemas.
Con la pandemia, he retomado mi afición a jugar solitario. Siempre me ha gustado. De niña jugaba con cartas, y ahora ratos agradables jugando al Solitario en mi sacrosanta Mac. Como su nombre lo dice, no requiere de nadie: te encuentras solo frente al reto. De la misma forma que sucede en la vida, hacer trampas no tendría ningún sentido porque nos estaríamos engañando a nosotros mismos y bien sabemos que eso es una pérdida de tiempo. Un triunfo con trampas no da satisfacciones, como tampoco tiene muy buenos resultados.
Igual que en la vida, el Solitario nos presenta opciones, nosotros escogemos una y de ella derivan otras elecciones. A veces tomamos la decisión correcta y a veces no; cualquiera que tomemos tiene consecuencias.
Si la vida te pone en la misma situación, como suele hacerlo, es igual que cuando decides reiniciar el juego: si quieres obtener resultados distintos, no puedes repetir las mismas jugadas porque éstas te traerán los mismos resultados. Para lograr un cambio hay que arriesgar e intentar jugadas nuevas. En ese proceso de buscar nuevas jugadas, tal vez no encontremos la idónea a la primera, y acaso tengamos que volver a empezar de cero, pero hay que seguir intentando. Es parte del juego; no podemos darnos por vencidos.
Jugar bien y limpio te deja grandes satisfacciones, igual que saber que hiciste tu mejor esfuerzo; jugar mal o con trampas deja un mal sabor de boca y también tiene sus consecuencias, a pesar de que no lleguen a corto plazo.
Mientras jugaba al Solitario, recordé a mi amigo Pedro. Le es imposible despertarse temprano. Tiene una imposibilidad física para oír el despertador. Ha llegado tarde a todo lo que sucede antes de las diez de la mañana. Claro que todas sus mañanas son una especie de tormento. Para cuando abre los ojos ya está tarde para algo. Con las prisas no encuentra nada. Va insultando a todos los automovilistas y cuando finalmente llega adonde tiene que llegar, ya está de malas. Después de años de vivir con esa angustia, Pedro llegó a la conclusión de que no podía vivir con los mismos patrones y esperar que los resultados fueran otros. Así que se compró un despertador enorme, a prueba de dormilones. El aparatejo suena como el Big Ben y está al lado opuesto de su habitación, así que por la mañana tiene que levantarse de la cama si quiere apagarlo. Santo remedio. Así empieza su día a tiempo. La estrategia ha tenido muy buenos resultados: se acabaron las prisas, los improperios en el auto, y ahora hasta llega de buen humor a trabajar.
La misma lógica funciona para todo. Si quieres estar más sano, tienes que cambiar los hábitos que no le hacen bien a tu salud. Si no te sientes satisfecho con tu trabajo, tienes que hacer las cambios necesarios dentro de ese mismo empleo o de plano buscarte otro. Si algo no te gusta y quieres cambiarlo, tienes que modificar tu estrategia, porque las cosas no cambian solas. Parece muy fácil, pero en la práctica no lo es. Somos animales de costumbres y nos cuesta trabajo cambiar de hábitos y dejar lo conocido para aventurarnos a territorio inexplorado.
Mi abuela Dora decía que era importante jugar cartas con la persona que te ibas a casar, por que la manera de jugar habla mucho del carácter de esa persona. El que hace trampas el en juego, seguramente tranzará en su vida. Quien que no sabe perder cuando juega, tampoco sabrá perder en la vida y se pasará repartiendo culpas entre sus colegas al igual que lo hace entre sus compañeros de juego. El que se pone insoportable cuando gana una mano y humilla a los demás, seguramente así, actuará en su vida. El que no sabe jugar en equipo, hará jugadas “personalistas” en su empresa o en su trabajo. Será que lo que llamamos vivir no es tan diferente al lo que llamamos jugar por lo que muchos maestros espirituales llaman a vivir “el juego de la vida”.
Buen domingo a todos.
Espero tu opinión dejando un comentario en el blog, en mi cuenta de Twitter @FernandaT o en mi correo: info@neteandoconfernanda.com
Cuando le conté la historia, mi amiga Bárbara se sorprendió de que Gandhi jugara al Bridge, aquí el link con la información.
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